Diario de Argentina y final del recorrido.

Every day we die and are reborn again. We become filled with doubt. We lose faith in things that we used to value, and the things we loved – repel us.
De la película W imie, de Malgorzata Szumowska.

Comencé el proyecto Ressemblance en 2013 por el impulso de encontrarme con parte de la historia de Occidente en Alemania, quizá también por el deseo de rastrear mi recorrido como becaria en ese país y por esa pregunta que siempre me persiguió: ¿Por qué había elegido Alemania? Tal vez el origen esté en el vínculo con mi Oma (mi abuela, que había escapado del nazismo con sus padres a los 10 años) o tal vez se deba también a que siempre me atrajo la famosa y profunda dualidad alemana (la producción artística e intelectual vs. el horror y la muerte). A veces pienso que solo fue el deseo de viajar para narrar o de viajar para volver. 

Luego del viaje en el que recorrí seis ciudades de Alemania –y dejé registro de él en un blog–, en 2018 decidí encontrarme y entrevistar nuevamente a aquellos becarios y becarias que estaban de vuelta en el país. La tarea no fue tan sencilla. La vida aquí transcurre de una manera muy distinta, los tiempos son cortos, caóticos; las distancias, largas; la vida es más desordenada… No tuve tantas respuestas positivas cuando me contacté con ellos y les pedí entrevistarlos de nuevo –muy diferente de lo que había ocurrido en Alemania cinco años antes, cuando la disposición y los tiempos de los becarios y becarias eran decididamente otros.

En este recorrido por Argentina logré concretar encuentros solo con cuatro de los becarios.

Me encontré con Clara en su casa natal de La Plata, Buenos Aires, estaba de visita por un seminario que tenía que dar en la Universidad de La Plata. Después viajé a Resistencia, Chaco, donde me encontré con Manuel. Aquí, en la ciudad de Buenos Aires, logré visitar a Damián en la Universidad de San Martín, y a Lucía y a Ale en su casa de Caballito –la pareja que me había recibido en su departamento de Berlín.

Así como en Alemania había tenido que lidiar con esa luz austera, escasa, aquí tuve que hacer lo mismo pero con lo opuesto: una luz brillante y potente, una luz que todo lo invade, una luz que genera muchísimas sombras.

De todos nosotros, ninguno era el mismo. Se veían lejanos aquellos estudiantes viajeros. Pude percibir el paso del tiempo, sus cuerpos distintos, las miradas cansadas. Volví a reflejarme en ellos como lo había hecho en Alemania, pero esta vez en Argentina, debajo de una luz brillante y con el sol bien en lo alto.


3 de marzo de 2018
La Plata

El día se presentaba luminoso y el cielo estaba con un color celeste intenso. Viajé temprano desde la capital hacia La Plata. La autopista y la mañana se desplegaban tranquilas. Al llegar a la entrada de la ciudad, bajé la velocidad, recorrí algunas de las calles, pasé por la plaza San Martín, crucé un boulevard, hasta que encontré la calle 8. Llegué puntual, tal como lo había previsto. 

La casa de la infancia de Clara estaba emplazada en uno de los paseos comerciales de la ciudad. Estacioné y vi el cartel “Ruvituso Hnos.”, era la relojería de su padre.

Bajé, toqué el timbre y me atendió Clara con su hijo en brazos. Hacía mucho calor. El pequeño L., que tenía rizos dorados, me miró fijo y pensé en un engel, un ángel salido de una pintura del Renacimiento. Luego de caminar por un corredor largo, llegamos a la casa; la atmósfera era calma, algunos de los integrantes de la familia aparecían y desaparecían por las habitaciones, lo que me hizo sentir en un pequeño laberinto. En el patio delantero pude ver unas esculturas y columnas que me recordaron a la misma Atenas, con bustos de filósofos perdidos. La casa de Clara parecía un museo vivo, lleno de historia, de libros, de arte, de idiomas, de relojes. Aquel pasadizo que recorrí al entrar me había transportado a un espacio-tiempo diferente, donde, a cada paso, aquellos relojes me interpelaban. Era un pasadizo entre el mundo y un micromundo. En las paredes colgaba un retrato de Hölderlin, junto a unas pequeñas pinturas de paisajes, una hoja con un poema en italiano, una biblioteca arriba, otra biblioteca abajo y había un gran patio trasero con un árbol enorme donde se agolpaban pequeñas reliquias de la ciudad de La Plata: baldosas, columnas, pedazos de edificios, aquello que ya nadie quiere, aquello que va quedando y se descarta, lo que queda en el olvido. 

15 de marzo de 2018
Edificio Tornavías, provincia de Buenos Aires

La General Paz.
UNSAM. Un cartel colgado en un aula que dice:
“La revolución será feminista o no será”.
La batalla de las ideas. Filosofía política.
Un violoncello. 
La orquesta de cámara.
Una charla entre tres profesores de Filosofía.
Un edificio ferroviario devenido en universidad.
Calor.
El sol arriba.
La argumentación. La opinión pública.
Escepticismo del futuro.


21 de marzo de 2018
Caballito, ciudad de Buenos Aires

Salí de mi departamento en Colegiales y emprendí viaje hacia Caballito. Estimaba que serían unos 20 minutos hasta la casa de Ale y Lucía. Cuando tomé por Thames me pareció ingresar a otra ciudad. Había abandonado la popular y reconocida Avenida Corrientes para meterme por lugares que casi nunca frecuentaba en Buenos Aires. Al detenerme en el semáforo miré a mi alrededor: en un edificio, vi un mural pintado de una mujer con el puño cerrado, arriba decía Pipu; del otro lado de la cuadra había un cartel grande que decía: Pizza Café Miramar. Cuando doblé por Honorio Pueyrredón, definitivamente me sentí en otro lugar, pero, de repente, el monumento del Cid Campeador me trajo de vuelta. Crucé la barrera y llegué a la calle que tiene las vías del tranvía, las que traté de esquivar en todo el camino. Dejé el auto estacionado un poco más allá de la parada del 93. Cuando vi la fachada de la casa, con rejas de estilo art noveau, me pareció que estaba a tono con la vías del tranvía.

Me recibieron Ale y Lucía con dos pequeños. Hablamos como si ese lapso de cinco años hubiese sido de apenas unos días, conservaban la misma forma pausada y tranquila, la misma cordialidad que había sentido en aquel departamento de la Sophienstrasse. El día era húmedo y caluroso, tan típico del otoño en Buenos Aires. Ale me contó sobre sus montañas: aquellas de Kirgistán fueron reemplazadas por las de Neuquén. Mientras hablaba me distraje con los vitraux que él tenía detrás, no podía dejar de mirarlos, me fascinaba ver cómo la luz que se colaba cambiaba sutilmente de color. Lucía habló con vitalidad, me contó sobre la defensa de su tesis en Alemania ya con su hijo de un año y medio y embarazada de su segunda hija. Ella sí reparó en mi insistencia en detenerme en algunos detalles del espacio que habitaban, hasta que finalmente hablamos sobre la historia de la casa: la había construido su abuelo en 1925 y ellos habían decidido restaurarla para vivir en familia. Retraté a los cuatro con aquellos vitraux de fondo.

30 de marzo de 2018
Resistencia, Chaco

Subí al avión. Estaba ansiosa por ver el río. Al salir de Aeroparque sobrevolé con emoción aquella inmensidad del Río de la Plata. Se aleja uno de la tierra y el avión gira sobre el río, hace una maniobra y se acomoda en la ruta hacia el norte, hacia nuestro interior profundo.

Cuando el avión se acercaba a Resistencia me asomé a la ventanilla para contemplar el paisaje típico del litoral, el territorio inundado por aquel río enorme y poderoso: el Paraná. 

En el aeropuerto me esperaba Manu. Sentí la humedad y el calor intenso en el cuerpo. Recorrimos el centro de la ciudad, primero fuimos a la universidad (UTN), donde encontré ese gran mural que decía “Un pueblo culto jamás podrá ser esclavizado”. Salimos y caminamos, me llamaron la atención las esculturas en cada esquina. Por la noche llegamos al emblemático fogón de los arrieros. Desde afuera percibí enseguida el homenaje a la arquitectura lecorbusiana; recorrí cada rincón del espacio hasta llegar al cuarto de arriba con forma de plato volador. Ese lugar me fascinó. Me detuve en cada escultura de Juan de Dios Mena, en aquel gofrado de Juan Grela, en un texto de Girala Yampey, en cada recorte de diario…, lo guaraní mezclado con el alemán y con el castellano. Finalmente llegué al patio del fondo donde, hacia el final, se acumulaban unos trastos viejos, esculturas y cosas varias al lado de la pileta vacía. Todo aquello parecía una instalación de arte contemporáneo. Allí estaba todo junto, un experimento criollo, nuestra historia cultural en estado puro. Sonaba jazz de fondo, y yo me detenía a cada paso como en un estado de éxtasis por el hallazgo de pequeños tesoros dispuestos sin ningún orden premeditado. Un Sehsucht, como llaman los alemanes a la adicción por mirar. Inmersa en ese orden-desorden que hacía brillar los fragmentos de una Argentina pasada, Manu me sacó de aquel trance para hacernos una foto con el mural de Soldi de fondo. Salimos, estaba exhausta, me acosté pensando en esa utopía, en ese grupo de personas de Resistencia formado por artistas, arquitectos, escritores, poetas que se juntaron para pensar y ensayar un modo distinto de vivir. 

A la mañana siguiente el avión salía a las 6, solo me senté en la butaca y, pegada a la ventanilla, vi salir el sol mientras el avión bordeaba el río Paraná. Vi cómo se ensanchaba y se contraía, y cómo, finalmente, desembocaba en el Río de la Plata cuando sentí el sacudón al aterrizar en Aeroparque.

20 de septiembre de 2020 
Final del invierno. Buenos Aires

Si yo fuera una flor, querría florecer en pleno invierno.
Byung Hal Chan.

La decisión de concluir el proyecto llegó en diciembre de 2019. Ese año fue, para mí, un retorno; fue el año del orden, del encuentro con la propia voz, con las formas de la memoria, con la identidad y con el feminismo como lugar de aprendizaje. Aquellos reflejos, esas semejanzas debían desvanecerse. Maduró la idea de reunir una parte del proyecto en un libro que mantuviera el espíritu de mis cuadernos de viaje, aquellos que me acompañaron en las dos travesías, tanto por Alemania como por Argentina.

El libro y la exhibición del proyecto fueron concebidos poco antes del inicio de la pandemia y ambos se gestaron en el aislamiento que empezó en Argentina en marzo de 2020, un día después de mi cumpleaños. En la cuarentena, el tiempo se detuvo, debí o debimos asumir la incertidumbre, adaptarnos al silencio… un silencio que se interrumpía por ambulancias y helicópteros. Mi cuerpo se acostumbró a recorrer siempre los mismos espacios, a percibir los mismos olores. La textura de la vida cotidiana cambió completamente: el significado de lo doméstico, las tareas simples, manuales, en oposición a la gran idea de un cambio de paradigma o de pensar el rediseño de un mundo ya demasiado exhausto. Fueron los pensamientos que me invadieron mientras gestaba el libro y, ahora, al cerrar el proyecto. Percibir la historia de manera tan íntima, sentirse parte de este todo que es la humanidad con su fragilidad y esa pregunta fundamental que también había sido el puntapié inicial o aquel impulso invisible del proyecto Ressemblance: “¿de qué estabilidad disponemos?”.

Decidí cerrar este proyecto en el medio de la pandemia, al finalizar el invierno aquí, en el hemisferio sur; este final es el cierre y la unión con ese invierno alemán que transité en febrero de 2013. Aquí apareció el sol y, luego, el virus; sin dudas, el proceso de aislamiento también ha sido un viaje. Un viaje interno, de retorno, con el tiempo trastocado y tratando de reconfigurar el propio cuerpo y el pensamiento en el aquí y ahora. Alguien me dijo que los espejos hay que romperlos, e inmediatamente se me presenta el Narciso de Caravaggio, que me devuelve toda la oscuridad y la belleza de esos reflejos. 

Los reflejos se desvanecen al fin, ahora solo nos queda el presente.